viernes, 31 de agosto de 2018


Caminar por Quito cuando ya está oscuro, con la mochila cargada, y parar, siempre, en el supermercado a comprar unas vainillas o galletas de arroz.
Las de arroz las recuerdo de los últimos momentos, cuando las comía sin parar mientras todo se desvanecía.
Del comienzo recuerdo el entusiasmo. Ya eramos tres y ese era un buen número.

El señor no llamó nunca y fuimos dejando de creer en él. Ellos primero. Yo lo retuve hasta lo último. A ese señor que pedía que ya lo olvidáramos, y que creo que para eso estábamos ahí.

Un día apareció un perro. Cuando llegé ya estaba merodeando la zona.
Creo que vino a llevarse lo que quedaba. Creo que vino a comerse al señor.

Solo así llegamos a convertirnos en las otras, las que no esperan, las que bailan, las que están ahí desarmándose, buscando lo imposible, lo que pide a gritos transformar y transformarse. Y cambiar.